Es demasiado sencillo corromper el alma con el prototipo de una imagen. La perfección puede convertirse en una dolorosa obsesión.
La sociedad nos ha enfrentado a una cruel realidad, la apariencia sí es lo que cuenta. Podemos ser capaces, de llegar a ser tan extremadamente superficiales, que morir por nunca verse realmente perfecto, resulta demasiado bello.
Los dolores de cabeza, el malestar del cuerpo, el sonido del hambre, las malas contestaciones, la bordería, y la simple y sencilla arma para defenderse de la culpabilidad, dos simples dedos.
El espejo se convierte en tu enemigo, y la distorsión de tu reflejo se agrava cada día más.
Es una enfermedad difícil de comprender, imposible de aceptar y complicada de sobrellevar. Se convierte en un estilo de vida, que aunque consigas llegar a escapar, siempre se quedará grabada con una forma oscura de tu mente. Es un loco frenesí de sentimientos, de estados de ánimo, de percepciones.
Pero a veces es hermoso darse cuenta que lo bello es lo imperfecto, pues son las pequeñas cosas que nos distinguen de los demás, que nos hacen más humanos y, sobre todo, diferentes.
Y al final del trayecto, cuando consigues salir de esa distorsionada realidad, de levantarte después de cada tropiezo, de cada caída, recibes esa recompensa, una lección.
Fotografía realizada por Lydia Natour |
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