Es complicado que te perdonen lo imperdonable. Tu evasión, tu extraña forma de actuar, les hirió. Esas luces ya no te alumbran como antes, tienen sus motivos, no quisiste verlas brillar como hacías en el pasado.
Esa historia te cambió, el dolor fue difícil de asumir, te auto-complicaste el día a día, decidiste convertir la herida en miedo.
Esa maldita paranoia de que tu propio veneno es el causante de las tragedias. Quieres alejarte por miedo a perderlas. Y cuando te das cuenta de que tu indiferencia por miedo a herir se convierte en un miedo a no volver a ver su brillo, no sabes que hacer, tú quien tiene respuestas para todo, no sabes como volcar tu egoísmo de forma de que su brillo te vuelva a pertenecer.
Y ahora como pedir perdón, como volver a atrás para gritar, que sin su luz, no eres nada.
El mayor tesoro concedido, no lo supe valorar, esas sonrisas, esas perfecciones, esas formas peculiares y diferentes, sí, ese resplandor que es capaz de hacerme levantar de mis tropiezos, de mi insignificancia, y de darme valor.
Sólo se decir lo siento.
Fotografía realizada por Lydia Natour |
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