Sin escrúpulos, sin conciencia, sin constancia de consecuencias te congelan un alma fragmentada en mil pedazos. Heridas de dagas lanzadas por aquellos en los que confiaste, pero ya no hay tristeza, sólo una oscuridad convertida en un caos que te sepulta bajo un manto de oscuridad.
No quiero héroes, ni tampoco misericordia, sólo el sentimiento de que mi existencia no es innecesaria. Nunca he buscado trofeos ni medallas, y aquellos que lo supusieron no me molestaré en demostrarlo.
¿Felicidad? ya lo he olvidado, mi memoria está demasiado empañada de aquellas lágrimas que nunca quise mostrar al mundo. He perdido mi camino. ¿Dónde estará la luz que me salvará? Tal vez no es merecida para todo y menos para mí.
Etéreo sentimiento tan agresivo, es la soledad. La enemistad del tiempo nos percata de la terrible realidad de la vida. Crecemos y nos creemos que el mundo es nuestro, el desequilibrio de la vida comienza con las locuras que la juventud nos lleva. El frenesí de la diversión parece no tener fin, es un siempre sin final pensando que siempre estarás rodeada de aquellos con los que has compartido esos únicos momentos. Pero toda historia pasa a otro capítulo, y la madurez lleva consigo la gran carga de la soledad.
El valor debería ser tu mayor arma contra el mundo, pero todo caballero andante enfrenta su batalla sin nadie más. Es es la gran lección, estás solo contra los demás. Crecer, madurar, el gran sentimiento que tendrás día a día te hará pensar que ojalá pudieras volver a los días de tu infancia, cuando el mundo parecía menos cruel y egoísta.
Ya no hay un todo, eres tú y la gran responsabilidad de ser consciente que solo te queda, el instinto de supervivencia.
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